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El otro día, una señora que leyó mi artículo me escribió por Facebook, comentándome que siempre había querido vivir en Europa, pero que nunca se atrevió por el miedo a extrañar a su familia y amigos.
¿Acaso vivir en el extranjero no significa extrañar?
A fines del siglo XIX y principios del XX una ola de inmigrantes de diversos países y variopintos lenguajes y tradiciones desembarcó en una remota ciudad del sur, Bueno Aires. En aquellas latitudes sucedió un proceso interesante, un cambalache, una fusión de danzas y ritmos afro-rioplatenses, gauchos y europeos, y en mi opinión, un emblema de la inmigración rioplatense: el tango.
Emigrar, mudar, cambiar, implican un proceso de transformación. El duelo migratorio es un proceso doloroso que conlleva expresividad, reflexión, curiosidad, creatividad y amor.
El Tango, amado hasta por los finlandeses, expresa esa nostalgia por la patria “perdida” y la búsqueda de una nueva identidad, y qué mejor que la música y la danza para expresar ese sentimiento tan fuerte como es el amor. El amor posee esa fuerza que todo lo mueve y todo lo puede.
Lo primordial es proteger la salud mental.
Navegando en la red y chatbots uno encuentra cantidades de consejos que nos abruman y ponen estándares tal vez demasiado altos. En mi opinión: el el aspecto social es de primaria importancia.
Hacer compañeros, camaradas, colegas, en fin, amigos puede marcar una gran diferencia en el proceso de adaptación. Los amigos se convierten en familia y son aquellos que nos van a acompañar en este proceso. Sean de nuestra patria o de la patria grande, internacionales o nativos del lugar, tenemos que crear vínculos genuinos dado que marcarán una diferencia en el proceso de integración.
Relacionarnos protege nuestra salud mental y mantener los lazos con los nuestros de “por allá” es la forma de mantenernos “arraigados”. En esas conversaciones con los nuestros es donde vamos formando una narrativa que nos va llevando por los vericuetos de nuestro viaje.
De un viaje interior, porque nuestra identidad va cambiando y las historias que contamos son las claves que marcan la perspectiva. Al vivir en el extranjero, uno va desarrollando diversas habilidades, pero la que más tenemos que practicar es la curiosidad: nos va llevando a descubrir, conocer y amar el nuevo lugar donde vivimos.
Hay que embriagarse del nuevo ambiente, tener el coraje de probar cosas nuevas, de respetar nuevos valores y tradiciones, y adoptar aquellos que consideramos superadores. Ser conscientes de los cambios que vamos experimentando y tener la curiosidad necesaria nos va a ir llevando por diversos caminos, que van desde la introspección y cuidado personal al descubrimiento de nuevos intereses y hobbies así como a la participación comunitaria.
Así como aquellos inmigrantes crearon el tango, nosotros tenemos que poner en juego nuestra imaginación y creatividad para crear algo que sea superior a nosotros mismos y nos ligue a esta nueva tierra.
Siempre vamos a extrañar a nuestra patria y algunos hasta sientan culpa de haberse ido, pero la culpa siempre quita amor. Hay que cuidarse a sí mismo, hay que ser fiel a nuestros deseos y por sobre todo, hay que quererse a sí mismo.
Sobre el autor
Matías Tuxen es oriundo de Argentina. Cuenta con un Master en Psicología de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja como coach de «relocación» en Helsinki.