Juhannus, la eternidad del día más largo del año

Foto: Anu Rossi. Banco de imagenes de Helsinki/ Isla Lonna.

Hay un día en Finlandia en el que todo desaparece. No por catástrofe ni por decreto, sino por una decisión colectiva y silenciosa. Ese día es Juhannus, el solsticio de verano, cuando el país entero parece disolverse bajo una luz que no se apaga.

En los días previos, la ciudad comienza a vaciarse. Las tiendas cierran antes, el transporte público se reduce y, de repente, Helsinki se convierte en un decorado sin actores. No es abandono: es retirada. Los finlandeses se marchan a sus cabañas de verano en el bosque, cerca del lago o emprenden un viaje. La mökki  es el escenario real del Juhannus. Allí se celebra sin alboroto, con fuego, agua, sauna, comida sencilla y una devoción casi sagrada por lo esencial.

La mesa es sobria, pero significativa: patatas cocidas con eneldo y mantequilla, arenques marinados, salmón ahumado al fuego —loimulohi—, ensaladas frescas, tarta de arándanos y las primeras fresas de la temporada. No es una gastronomía de exhibición, sino de estación: todo tiene el sabor de lo oportuno.

Quienes no tienen cabaña, o prefieren no salir, se quedan en una ciudad que se transforma. Algunos hacen picnics en alguna isla del archipiélago, otros pasean sin rumbo por calles inusualmente silenciosas. La noche no cae del todo y esa claridad perpetua, tan peculiar del verano finlandés, invita a una extraña forma de calma.

Juhannus no busca deslumbrar, es lo contrario de una fiesta ruidosa. Se celebra la quietud, el regreso a lo primitivo, la posibilidad de detenerse. Juhannus es un homenaje a la naturaleza, a la luz, y al renacer tras el largo invierno.

Y quizá por eso, incluso quienes venimos de fuera, sentimos una forma inesperada de pertenencia. Porque en medio de esa desaparición voluntaria, algo se revela: que, a veces, no hacer nada y simplemente estar, es la forma más profunda de celebrar.