La sonrisa de Claudia siempre había sido contagiosa, todos la conocían porque era quien estaba a cargo de recibir las donaciones de alimentos que llegaban a la Universidad durante esas semanas de protesta.
Una estudiante que pronto sería Doctora de no ser porque, esa tarde de sábado que la entrevisté, me confesó entre lágrimas, –con notables moretones sobre sus piernas y brazos– las 6 veces que había sido violada por la policía de Nicaragua.
Tres oficiales que se turnaron para abusar sexualmente de ella, acusándola de terrorista y golpista. Fue abandonada desnuda a las afueras de la ciudad. Más tarde, sus violadores eran condecorados en la televisión por el Gobierno.
Así que, cuando alguien me dice que deje de pensar o hablar de América Latina porque ahora vivo en Europa, mi mente proyecta automáticamente el rostro de Claudia, de Samantha, de Felix, José y miles más que siguen sufriendo en sus pieles la crueldad de la dictadura Sandinista.
Historias así comenzaron a surgir desde abril del 2018. En una serie de redadas que organizó la Dictadura de Ortega, apresó a cientos de jóvenes, entre ellos Claudia. Fueron torturados, violados y muchos asesinados. Cada uno de esos delitos siguen impunes, y los delincuentes permanecen en el poder como si nada.
Más de 1300 muertes, pero la represión es tal, que no existen cifras exactas, porque todas las libertades han sido suprimidas, pero diferentes organismos de Derechos Humanos, sitúan las cifras entre 300 y 1500, entre ellas desapariciones forzosas.
Se trataba de estudiantes que se tomaron las Universidades de la capital para protestar en contra de un gobierno autoritario que claramente mostraba sus intenciones de instaurar una nueva dictadura en Latinoamérica.
Conocí a muchos jóvenes mientras daba cobertura a esas protestas. Y escribo este artículo en nombre de ellos, porque sus voces fueron acalladas por las armas que un día juramentaron defenderles.
Una semana antes de la entrevista con Claudia, me encontraba refugiado en una Iglesia ( Iglesia de la Divina Misericordia) junto al rededor de 300 estudiantes que fueron desalojados a balazos de la Universidad UNAN MANAGUA, donde protestaban hacía unos meses atrás, y entre ellos, estaba yo, dando cobertura, transmitiendo en vivo desde mi celular para el canal de TV donde trabajaba.
Aproximadamente a las 12 de la noche del 13 de Julio del 2018, los paramilitares encapuchados a bordo de camionetas del Estado, cortaron la energía en toda la manzana al rededor. Sabíamos que moriríamos esa noche.
Aunque albergábamos un atisbo de esperanza de que jamás se atreverían a disparar a la Iglesia. Esa noche asesinaron a otros 3 estudiantes, y dos más, eran atravesados por las balas.
Todos estábamos tirados en el piso, mientras balas llenas de odio, atravesaban las ventanas como demonios buscando a quién llevarse en el camino. En medio de tanta oscuridad, era imposible saber si la sangre que jugaba tus manos era tuya o de la otra persona que tenías al lado.
Esa madrugada, la luz de mi celular, (el único que quedaba con algo de carga), sirvió como lámpara improvisada para intentar salvar la vida de Gerald Vasquez, otro estudiante que pidiendo justicia por la vida de sus otros compañeros, perdió la suya. Le dispararon en la cabeza. Mientras convulsionaba, queríamos creer en que si le acomodábamos bien los sesos de vuelta podría sobrevivir.
Yo seguía transmitiendo en vivo. Grabé en mi celular y en mi mente cada minuto de su muerte. El gobierno, sigue negando que todo esto haya sucedido.
En la actualidad siguen más de 300 personas (entre opositores, estudiantes y disidentes) secuestradas, poco se conoce de ellos, no hay informes, datos, ni la posibilidad de verles, sé que están siendo abusados, torturados y violados, también sé que cada noche cierran los ojos con la esperanza de que los que estamos libres no estemos con los brazos cruzados.
La dictadura se apoderó de todo lo que olía a sed de justicia, robaron oficinas, cámaras y escritorios, como si secuestrando todo, secuestraran también la verdad. El escritorio donde escribía mis notas denunciando sus atrocidades, ahora está en manos de ellos.
Apresaron a todo aquél que se atrevió a pedir justicia, incluso pastores y sacerdotes. Pero esta no es una historia ajena, es una película que ya hemos visto tantas veces en la América sufrida.
Denunciar tales abusos, y pedir la atención internacional sobre lo que pasa en países como Nicaragua, Cuba y Venezuela es lo menos que podemos hacer ahora que tenemos el privilegio de vivir en sólidas democracias y aprovechar cada espacio para alzar la voz por los que no la tienen.
Ojalá sigamos hablando de América Latina, aunque ahora vivamos en Europa.
José Noel Marenco
Comunicador Nicaragüense.
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